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Nuestra "Esperanza" viste de hebrea.

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La Cuaresma es un tiempo litúrgico penitencial, es tiempo de austeridad. Cuarenta días antes del Domingo de Ramos empieza el tiempo de Cuaresma, que la Iglesia instituye para prepararnos a celebrar los misterios de la Pasión. Por este motivo durante la Cuaresma se debe buscar la mayor sobriedad y sencillez posible, tanto para el altar como para los demás lugares y elementos celebrativos.

Durante la Cuaresma, el silencio debe prevalecer sobre el elemento musical, es el tiempo de la sobriedad en la música y el canto, que destacará más el gozo cuando se llegue a la Pascua. Por este motivo, desde el comienzo de la cuaresma hasta la vigilia pascual se evita adornar con flores el altar y no se recita ni se canta el Aleluya en las celebraciones, incluidas las Solemnidades y las Fiestas. En éste tiempo también se suprime el canto del Gloria, sólo puede ser cantado (se recomienda que sea recitado para guardar la austeridad del tiempo) en la Solemnidad de San José (19 de Marzo) y de la Anunciación del Señor (25 de Marzo) y el domingo IV llamado de Laetare. En la antigua liturgia hispánica, en este tiempo se cubría el altar con un paño de saco.

También el vestuario de Nuestras Titulares Marianas se adapta a este tiempo litúrgico de sobriedad y austeridad eliminando los bordados, coronas o cualquier signo de ostentación. Durante la Cuaresma, la Virgen se viste de Hebrea con un atavío que nos recuerda, aunque de forma idealizada, la manera de vestir de las mujeres hebreas.

La tradición de vestir a las imágenes de la Virgen, surge a finales del siglo XVI. Según cuentan, la reina Isabel de Valois, tercera esposa de Felipe II, encargó al imaginero Gaspar de Becerra la reproducción en imagen de candelero de un lienzo de la Virgen de la Soledad que la reina trajo consigo de Francia. Una vez concluida la talla, se vistió con el traje de la condesa viuda de Ureña, camarera mayor de la reina, luciendo el atuendo típico de una mujer viuda de la época de Felipe II.

Esta indumentaria comienza a variar a mediados del siglo XIX, cuando empieza a definirse en el atuendo de las dolorosas (imágenes de la Virgen que muestran su aflicción con lágrimas que recorren su rostro), las tres piezas fundamentales que en adelante las caracterizará: el manto, la saya y el tocado.

La saya corresponde a una especie de falda que se ciñe a la cintura con la cinturilla, en alusión a la virginidad de María. El manto procede de la misericordia del medievo y simboliza el amparo que los hijos buscan en la madre y, por último, el tocado, que es la versión del schebisim judío que enmarca el rostro de las mujeres en Nazaret.

En este contexto surge una indumentaria para vestir a la Virgen en Cuaresma, denominada de hebrea, una tradición relativamente reciente que data de los años 20 del pasado siglo, siendo su máximo creador Juan Manuel Rodríguez Ojeda, quien revolucionó el arte de vestir a las dolorosas. La imagen de María Santísima de la Hiniesta de Sevilla fue la primera en lucir este atuendo, y posteriormente, en los años 60 y 70 del siglo XX los Hermanos Garduño definirían el vestir de la Esperanza Macarena otorgándole una personalidad propia en su atavío, perfeccionando el atuendo de hebrea y haciéndolo mucho más artificioso y milimétrico. Con algunas variaciones, este es el modelo que se ha exportado a la práctica totalidad de Vírgenes españolas, y el que permanece en la actualidad.

Para vestir a la Virgen de Hebrea, la tradición indica que sea vestida con la saya en color rojo oscuro y el manto en tono azul que puede ser más claro, dando así un poco más de alegría, o en tonos más oscuros, lo que da recogimiento y elegancia a la imagen que lo porta. El forro será en color blanco, por lo que al colocarlo, el doblez destaca como una franja blanca sobre la cabeza y los hombros de la Virgen. Los tocados que enmarcan el rostrillo, son de telas lisas y sin adornos, como el tul o el raso blanco, que serán dispuestas en forma de tablas. Raras veces se usan encajes o mantillas ricas en diseño y elaboración, ya que se trata de ataviar a la Virgen de forma sencilla. El fajín o cíngulo que se anuda a la cintura, es de una tela con la típica raya hebrea rematada por flecos, tela que también se suele utilizar para completar el tocado, poniéndose alrededor de la cabeza y pecho de la imagen.

La Virgen carece de corona, sustituida en esta ocasión por una aureola con doce estrellas, aunque a veces luce diadema. Varios elementos completan el ajuar de un traje de Hebrea: un rosario, un pañuelo blanco y la corona de espinas en las manos de la Virgen como recuerdo de la Pasión de Cristo, y en el pecho un puñal que simboliza los Siete Dolores de la Virgen.

Todo el conjunto recuerda la Inmaculada Concepción de la Virgen, no sólo por las doce estrellas de la aureola, sino también por el colorido, ya que el rojo jacinto y el azul cobalto eran los colores inmaculistas originales, sustituidos posteriormente por el blanquiceleste. 

Felicitar desde aquí a César Mora, que ha tenido el honor y privilegio de hacer que nuestra imagen de María Santísima de la Esperanza luzca de manera tan brillante.

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